Por: Inn-maternal
(Isabel Salazar)
Mi esposo dice que yo hablo de Juanita todos los días. Y es verdad. Su partida, a mis 15 años, fue el primer golpe que me dio la vida. Se enfermó y sus pulmones se llenaron de agua, aunque estaba siendo atendida en la mejor clínica de Cali, un buen día su corazón dejó de funcionar. Paradójicamente los doctores dijeron que era porque lo tenía muy grande. En el momento no lo entendí pero hoy me hace todo el sentido: personas como ella, con el corazón inmenso, no pertenecen a este lugar.
(Isabel Salazar)
Mi esposo dice que yo hablo de Juanita todos los días. Y es verdad. Su partida, a mis 15 años, fue el primer golpe que me dio la vida. Se enfermó y sus pulmones se llenaron de agua, aunque estaba siendo atendida en la mejor clínica de Cali, un buen día su corazón dejó de funcionar. Paradójicamente los doctores dijeron que era porque lo tenía muy grande. En el momento no lo entendí pero hoy me hace todo el sentido: personas como ella, con el corazón inmenso, no pertenecen a este lugar.
El día de su entierro fue tanta gente, que la policía tuvo que
escoltar el carro fúnebre que la llevaba. De su barrio, Petecuy llegaron cinco
buses llenos de gente que la adoraba. Su comadre María organizó otra gran caravana,
y de La Flora -nuestro barrio-, aparecieron cientos de personas. Mientras
llevábamos sus cenizas al osario, un grupo musical cantaba “Ay Joselito no llores, por esa morena
hermosa”.
Juanita fue siempre la alegría del hogar. Empezó a trabajar con mi
abuela cuando mi mamá y mis tíos eran unos niños, pero la despidieron porque se
agarró con la de la cocina, -como dice mi abuela Tulia-. Cuentan que las
encontraron casi a los golpes por motivos que aún desconocemos y que el duelo
por su ausencia, duró meses. Cuando mi mamá se casó, estaba buscando una buena
mujer que la acompañara y la ayudara en las labores domésticas, entonces
Albita, que trabajaba para los Gómez, (una familia amiga), le habló de Juanita.
Habían pasado varios años, pero esa mujer era inolvidable. La contrataron de
inmediato y nunca más la dejaron ir.
Cuando yo nací ya Juanita llevaba unos buenos años cuidando de
todos. Para mí ella siempre estuvo ahí, como mi papá, mi mamá y mi hermana. La
recuerdo con una sonrisa amplia y una estampa parecida a la de Blanquita, la de
los blanqueadores pero con la alegría y extravagancia de la Guarachera de
América, Celia Cruz.
Juani siempre estaba cantando locuras, “corazón de piedra, corazón.. corazón de piedra”, hablando con un
timbre particular, cocinando mangares deliciosos con su sazón del Pacífico. Me encantaba acompañarla a mercar, era una
fiesta diaria porque todo el mundo la quería. En cada esquina alguien la
saludaba, los vecinos le hablaban sobre todo tipo de temas de la cuadra, la que
vendía chontaduros en la calle le tenía de regalo un par, el vigilante le
contaba chistes, las cajeras de ROHERMA (como se llamaba el mercado del
barrio), le tenían historias y ella se reía, pronunciando la frase “me muero de
la R” si era divertido, o vociferando una expresión parecida a “gua-te-te” cuando
era algo feo o que le causaba desagrado. Cuando se murió mi casa se sentía tan
callada y vacía, que lo único que se nos ocurrió fue conseguir un loro para que
hiciera algo de bulla pues el silencio nos recordaba que no sabíamos vivir
sin ella.
Mi negra fue analfabeta casi toda su vida. Ya de grande aprendió a
leer y a escribir, pero lo hacía muy mal. Cada vez que anotaba una razón para
mis papás tocaba decifrar un jeroglífico. Un día me pidió que le enseñara lo que iba aprendiendo en el colegio. Hacíamos las
planas juntas y aunque yo aprendí a escribir, a ella le seguía costando mucho
trabajo. La J se le dificultaba cantidades y eso la enfurecía que porque era la
letra con la que empezaba su nombre, decía, que se le parecía mucho a la B.
Creo que las confundía porque esa era la letra con la que empezaba su apellido,
Banguera.
Todas las noches ponía a hervir una ollita de aluminio con un agua
con cebollas y una peineta para hacerse, quien sabe cómo, una especie de peluca con extensiones
de pelo. En su cuarto tenía una máquina de coser con la que hacía de todo:
cubrelechos de retazos, cojines, delantales, individuales, y cuando en los
noventa estaban en furor las bambas de pelo, nos hizo miles para que Marce y
yo las vendiéramos en el colegio… presiento que la quebramos, pero no le importó; mi hermana y yo fuimos los amores de su vida. Nos perdonó y alcahueteó todo. Se despertó todos los días a las 4 a.m para arreglarse, tenernos listo el desayuno, hacernos peinados y despacharnos en la ruta escolar.
Hay muchas cosas de la vida de Juanita que nunca supe. Cuando la
tuve conmigo no se las pregunté y es algo que me pesa todavía. No sé por qué,
ni cómo, ni cuándo, llegó de Guapi a Cali. Creo que ser empleada doméstica fue
su única opción. Presiento que trabajó haciéndole aseo a otras familias desde
que era una niña. No sé si la quisieron tanto como nosotros, no sé si la maltrataron, no
sé si fue víctima del racismo. Nunca se quejó, la única vez que la oí refiriéndose
a su raza fue una vez que en el noticiero dieron una noticia del Tino Asprilla:
“Cambambero ese, nos hace quedar como un zapato a nosotros los negros con su
desjuicieeee”- refunfuñó con su voz
chillona.
Juanita no se casó y no sé si tuvo novios, jamás nos habló de
hombres. Tampoco mencionó a su papá o a su mamá, ni a ningún hermano… Ya grande
le aparecieron unas sobrinas a las que quiso mucho y nadie supo si eran hijas
de un hermano, de un primo, o simplemente de un conocido, pero a ellas les
heredó su casa, que fue su mayor orgullo en la vida.
Mi papá le ayudó a conseguir un lote de interés social y ahí construyó
“su casita” como siempre la llamó. La hizo de a poquitos, con mucho amor y
sacrificio, ladrillo por ladrillo. Como la vida premia a las personas buenas,
se ganó una cédula de capitalización de las que vende mi tía Maris y con eso le
hizo plancha a la casa para un segundo piso. La conocimos sólo después de su
muerte cuando los vecinos le hicieron una misa. Mi mamá es artista y diseñadora
de interiores, por lo que nuestra casa vive en constante redecoración y nos
conmovió mucho cuando llegamos al Petecuy para encontrar que ella había copiado
a su manera la decoración: La sala tenía los mismos colores, la
misma cenefa, (solo que esta un poco torcida), y se había dado mañas para
utilizar con gracia los pedazos que habían quedado del papel de colgadura.
La Juani murió de sesenta y tantos. Nunca supimos cuantos, ni ella
lo sabía, la cédula la sacó de grande y creo que inventó la fecha de su
cumpleaños. Una persona tan sola como ella, nunca manifestó sentimientos de rencor, miedo, síndrome de abandono. Todo lo contrario, nos
quiso con total entrega y a cambio de nada.
Fue mi nana, mi segunda mamá, mi protectora, mi cómplice, mi
amiga, la más leal de las “muchachas del servicio” y por eso la tengo siempre
presente. En el momento mismo en el que
sentí a mi hija en mi vientre, le recé a Juanita para que la protegiera y no
hay día que no me encomiende a ella, ¡aún desde la muerte la pongo a trabajar!
Me encantaría que hubiera conocido a mi bebé y tal vez por eso ahora la extraño
mucho más… Espero, que en su memoria, María Belén aprenda a sentir amor por las
diferencias, que sea respetuosa con todas las razas, que no juzgue a nadie por
sus inclinaciones sexuales, dogmas políticos, creencias religiosas o prácticas espirituales.
Desde
el cielo, Juanita nos sigue enseñando, y desde ahí, a donde le rezo
diariamente, sabe que tiene la tarea, de ser nuestro ángel de la guarda.
que linda narración....me movió el corazón
ResponderEliminarMuchas gracias Antonia. Un abrazo para ti!
EliminarLa vida nos premia en seres especiales. Lindo relato. Juany no te olvidamos
ResponderEliminarQue lindo lo que escribiste para Juani! Me hiciste llorar, ella es tu angelito <3. Birth Yoga Mama
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