miércoles, 18 de junio de 2014

Homenaje a Juanita


Por: Inn-maternal
(Isabel Salazar)

Mi esposo dice que yo hablo de Juanita todos los días. Y es verdad. Su partida, a mis 15 años,  fue el primer golpe que me dio la vida. Se enfermó y sus pulmones se llenaron de agua, aunque estaba siendo atendida en la mejor clínica de Cali, un buen día su corazón dejó de funcionar. Paradójicamente los doctores dijeron que era porque lo tenía muy grande. En el momento no lo entendí pero hoy me hace todo el sentido: personas como ella, con el corazón inmenso, no pertenecen a este lugar.

El día de su entierro fue tanta gente, que la policía tuvo que escoltar el carro fúnebre que la llevaba. De su barrio, Petecuy llegaron cinco buses llenos de gente que la adoraba. Su comadre María organizó otra gran caravana, y de La Flora -nuestro barrio-, aparecieron cientos de personas. Mientras llevábamos sus cenizas al osario, un grupo musical  cantaba “Ay Joselito no llores, por esa morena hermosa”.


Juanita fue siempre la alegría del hogar. Empezó a trabajar con mi abuela cuando mi mamá y mis tíos eran unos niños, pero la despidieron porque se agarró con la de la cocina, -como dice mi abuela Tulia-. Cuentan que las encontraron casi a los golpes por motivos que aún desconocemos y que el duelo por su ausencia, duró meses. Cuando mi mamá se casó, estaba buscando una buena mujer que la acompañara y la ayudara en las labores domésticas, entonces Albita, que trabajaba para los Gómez, (una familia amiga), le habló de Juanita. Habían pasado varios años, pero esa mujer era inolvidable. La contrataron de inmediato y nunca más la dejaron ir.

Cuando yo nací ya Juanita llevaba unos buenos años cuidando de todos. Para mí ella siempre estuvo ahí, como mi papá, mi mamá y mi hermana. La recuerdo con una sonrisa amplia y una estampa parecida a la de Blanquita, la de los blanqueadores pero con la alegría y extravagancia de la Guarachera de América, Celia Cruz.  

Juani siempre estaba cantando locuras, “corazón de piedra, corazón.. corazón de piedra”, hablando con un timbre particular, cocinando mangares deliciosos con su sazón del Pacífico.  Me encantaba acompañarla a mercar, era una fiesta diaria porque todo el mundo la quería. En cada esquina alguien la saludaba, los vecinos le hablaban sobre todo tipo de temas de la cuadra, la que vendía chontaduros en la calle le tenía de regalo un par, el vigilante le contaba chistes, las cajeras de ROHERMA (como se llamaba el mercado del barrio), le tenían historias y ella se reía, pronunciando la frase “me muero de la R” si era divertido, o vociferando una expresión parecida a “gua-te-te” cuando era algo feo o que le causaba desagrado. Cuando se murió mi casa se sentía tan callada y vacía, que lo único que se nos ocurrió fue conseguir un loro para que hiciera algo de bulla pues el silencio nos recordaba que no sabíamos vivir sin ella.

Mi negra fue analfabeta casi toda su vida. Ya de grande aprendió a leer y a escribir, pero lo hacía muy mal. Cada vez que anotaba una razón para mis papás tocaba decifrar un jeroglífico. Un día me pidió que le enseñara lo que iba aprendiendo en el colegio. Hacíamos las planas juntas y aunque yo aprendí a escribir, a ella le seguía costando mucho trabajo. La J se le dificultaba cantidades y eso la enfurecía que porque era la letra con la que empezaba su nombre, decía, que se le parecía mucho a la B. Creo que las confundía porque esa era la letra con la que empezaba su apellido, Banguera.



Todas las noches ponía a hervir una ollita de aluminio con un agua con cebollas y una peineta para hacerse, quien sabe cómo,  una especie de peluca  con extensiones de pelo. En su cuarto tenía una máquina de coser con la que hacía de todo: cubrelechos de retazos, cojines, delantales, individuales, y cuando en los noventa estaban en furor las bambas de pelo, nos hizo miles para que Marce y yo las vendiéramos en el colegio… presiento que la quebramos, pero no le importó; mi hermana y yo fuimos los amores de su vida. Nos perdonó y alcahueteó todo. Se despertó todos los días a las 4 a.m para arreglarse, tenernos listo el desayuno, hacernos peinados y despacharnos en la ruta escolar. 

Hay muchas cosas de la vida de Juanita que nunca supe. Cuando la tuve conmigo no se las pregunté y es algo que me pesa todavía. No sé por qué, ni cómo, ni cuándo, llegó de Guapi a Cali. Creo que ser empleada doméstica fue su única opción. Presiento que trabajó haciéndole aseo a otras familias desde que era una niña. No sé si la quisieron tanto como nosotros, no sé si la maltrataron, no sé si fue víctima del racismo. Nunca se quejó, la única vez que la oí refiriéndose a su raza fue una vez que en el noticiero dieron una noticia del Tino Asprilla: “Cambambero ese, nos hace quedar como un zapato a nosotros los negros con su desjuicieeee”-  refunfuñó con su voz chillona.

Juanita no se casó y no sé si tuvo novios, jamás nos habló de hombres. Tampoco mencionó a su papá o a su mamá, ni a ningún hermano… Ya grande le aparecieron unas sobrinas a las que quiso mucho y nadie supo si eran hijas de un hermano, de un primo, o simplemente de un conocido, pero a ellas les heredó su casa, que fue su mayor orgullo en la vida.

Mi papá le ayudó a conseguir un lote de interés social y ahí construyó “su casita” como siempre la llamó. La hizo de a poquitos, con mucho amor y sacrificio, ladrillo por ladrillo. Como la vida premia a las personas buenas, se ganó una cédula de capitalización de las que vende mi tía Maris y con eso le hizo plancha a la casa para un segundo piso. La conocimos sólo después de su muerte cuando los vecinos le hicieron una misa. Mi mamá es artista y diseñadora de interiores, por lo que nuestra casa vive en constante redecoración y nos conmovió mucho cuando llegamos al Petecuy para encontrar que ella había copiado a su manera la decoración: La sala tenía los mismos colores, la misma cenefa, (solo que esta un poco torcida), y se había dado mañas para utilizar con gracia los pedazos que habían quedado del papel de colgadura.

La Juani murió de sesenta y tantos. Nunca supimos cuantos, ni ella lo sabía, la cédula la sacó de grande y creo que inventó la fecha de su cumpleaños. Una persona tan sola como ella, nunca  manifestó sentimientos de rencor, miedo, síndrome de abandono. Todo lo contrario, nos quiso con total entrega y a cambio de nada.

Fue mi nana, mi segunda mamá, mi protectora, mi cómplice, mi amiga, la más leal de las “muchachas del servicio” y por eso la tengo siempre presente.  En el momento mismo en el que sentí a mi hija en mi vientre, le recé a Juanita para que la protegiera y no hay día que no me encomiende a ella, ¡aún desde la muerte la pongo a trabajar! Me encantaría que hubiera conocido a mi bebé y tal vez por eso ahora la extraño mucho más… Espero, que en su memoria, María Belén aprenda a sentir amor por las diferencias, que sea respetuosa con todas las razas, que no juzgue a nadie por sus inclinaciones sexuales, dogmas políticos,  creencias religiosas o prácticas espirituales.   Desde el cielo, Juanita nos sigue enseñando, y desde ahí, a donde le rezo diariamente, sabe que tiene la tarea, de ser nuestro ángel de la guarda. 




4 comentarios:

  1. que linda narración....me movió el corazón

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  2. La vida nos premia en seres especiales. Lindo relato. Juany no te olvidamos

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  3. Que lindo lo que escribiste para Juani! Me hiciste llorar, ella es tu angelito <3. Birth Yoga Mama

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