¿Qué si tu vida cambió? La lista puede ser larga y te puedes confundir entre lo
bonito y lo feo, lo fácil y lo difícil, lo cierto y lo incierto… la crianza no
es lineal, tu hijo te sorprende todos los días y tú no estas siempre bajo el
mismo “efecto – adultez”.
¡Si!
Nos pasan cosas, tenemos mejores y peores días, y a veces ni siquiera tenemos
el tiempo suficiente para interiorizar y entender todo este “bololó” de la
crianza…
¿Has
pensado cuando fue la última vez que hiciste algo por ti? ¿Algo que te permita
contar con un momento de disfrute genuino, en el que no hayas cumplido con un
compromiso, que no hayas corrido a acompañar a otro, que no se tratara de una
tarea disfrazada?
Parte
del gran cliché que todos contamos en algún momento, es el hecho de que
inevitablemente los hijos nos conducen a ser mejores personas, pero, ¿has pensado que
se esconde detrás?
Nuestros
hijos son un “regalo” en muchos sentidos, pues no sólo se trata del milagro de
vida que sin importar creencias ni religiones todos compartimos, también tiene
que ver con que nos regalan la capacidad de ponernos en jaque, cuestionarnos,
medirnos… ellos son nuestro más agudo espejo.
Pero
nos cuesta. Es posible que nos despidamos por las mañanas de nuestros hijos
cuestionando nuestro comportamiento: “¿Será que me excedí?”, “no debí regañarlo, el sólo quería un poco de
mi atención", “fui injusta, mi chiquita es tímida y tengo que darle su espacio
en las fiestas” o se nos sale una lagrima al ver algo en redes sociales o al recordar un
momento difícil que pensamos resolvimos de manera acertada durante el día con
un grito... la lista puede ser larga y sin importar la edad de nuestros hijos,
hemos habitado la culpa de alguna manera.
Ahora,
¿cada cuánto estamos navegando en estas aguas y de qué manera lo resolvemos? ¿Es
posible que consideremos que contamos con las herramientas lógicas de la
crianza por haber sido hijos en algún momento? ¿Por sentirnos funcionales?
¿Exitosos?
¿Es
posible que nos gobierne en nuestras vidas algún enemigo que no nos permita
levantar la mano y pedir ayuda? Y si vamos un paso más a fondo, ¿puede ser que
estemos sin saberlo aliados con un enemigo del aprendizaje?
Acá
una corta lista, mira con cuantas afirmaciones te identificas:
- Me cuesta decir “no sé”, quisiera que alguien me
ayudara.
- - Me cuesta admitir ante otros que finalmente no me las sé todas.
- - Juzgo a los demás de manera que nadie me cuestione en mi manera de pensar y hacer.
- - Considero que aprender cosas nuevas tiene que ver con adquirir información.
- - Soy adicto a las respuestas, para luego emplearlas como cartas bajo la manga.
- - De entrada desconfío de mi interlocutor y pongo en duda lo que tenga para decirme.
- - Arrogancia intelectual, debemos primero constatar que nuestro interlocutor tiene especialización, maestría, PHD y un curso en la NASA para otorgarle credibilidad ante lo que tiene para contarme.
- - Me descalifico bajo el juicio “como yo soy bruto/a para las manualidades…".
- - Me escondo en la creencia de que no tengo tiempo de sobra para aprender.
Y
ahora, ¿qué tipo de mamá/papá estás siendo? Cómo crees que te definirán tus
hijos cuando sean adolescentes? ¿Pides respeto desde la imposición? ¿Quieres
inspirarlos desde el miedo a lo incierto?
No
te molestes, míralo como un regalo, como una oportunidad para aprender a mirarte
y conocerte, para contar con mejores herramientas para acompañar y guiar a tu
enano, para vivirte a plenitud a tu
peque y para ser un padre inspirador, porque su referente ¡ya lo eres!