Por:
Travel –In-Mommy
A dónde vayas, voy...
A pesar de que me encanta viajar, no recuerdo
una época en la que haya viajado tanto como cuando tuve a Martín en mi panza… ¡y
eso que me fui dos veces de intercambio! Hice 32 vuelos de los cuales el mínimo
era de 3 horas y crucé dos veces el Atlántico.
Mi esposo y yo íbamos a radicarnos en
Mozambique. Todo estaba súper cuadrado, él
se fue en enero de 2013 y yo llegué el mes siguiente, con la ilusión de poder
organizar mi casa, estrenar los muebles que habíamos comprado en diciembre y
los regalos de nuestro matrimonio que nos dieron en enero de 2011.
Todo parecía color de rosa hasta que nos
dimos cuenta que el permiso de trabajo de mi marido estaba a años luz de salir,
así que por el momento solo podíamos estar en Maputo en calidad de turistas y la
visa que nos daban tenía una estadía máxima en el país de 15 días.
Al darnos cuenta de ese pequeño detalle, mi
esposo me dijo “Listo perfecto. Saca ropa porque voy a aprovechar para visitar
los demás países donde estoy montando la oficina… y tú vienes conmigo”. Lo
primero que se vino a mi cabeza fue “¿Saca ropa? ¿Cuánta? ¿Tengo derecho a
exceso de equipaje? ¿Qué clima hay? ¿Qué llevo?” Los hombres se ponen la misma
camisa manga larga sea de día o de noche, con el mismo bluejean… pero uno ¡NO!
En ese momento tuve que volverme empacadora
profesional (a la fuerza) y maximizar el espacio de mi maleta , -finalmente
solo me dieron derecho a una y sin exceso de equipaje-, porque ningún país al que
íbamos tenía el mismo clima. Íbamos a ir desde al invierno en Mozambique, hasta
el clima templado de Uganda y Kenya, pasando por las exóticas playas de
Tanzania… ¡y sin saber por cuánto tiempo! A ese ritmo fue al que tuve que
acostumbrarme, a hacer que mi ropa se volviera multiclima y creciera conmigo
porque en uno de esos viajes Martín empezó a formar parte de nuestra familia.
Cuando nos enteramos que estaba embarazada
la dicha no nos cabía en el cuerpo. La felicidad era enorme y desde ese día la
sonrisa en mi cara ha sido una constante. Pero una vez la euforia de la
celebración por la noticia se había calmado y ya no teníamos la cabeza caliente,
empecé a pensar en las cosas menos románticas: “¿Quién me va a hacer los
controles? ¿Dónde me voy a hacer las ecografías? ¿Dónde va a nacer nuestro bebé?
Me daba miedo que me tocara guardar reposo desde muy temprano o que pasara algo sin tener un “médico de cabecera” que le pudiera hacer
seguimiento a mi caso. Por estas razones,
porque el permiso de trabajo de mi marido no parecía que iba a salir
pronto y por muchas otras, decidimos que nuestro bebé iba a nacer en Colombia y
que mi ginecólogo de siempre me iba a hacer los controles virtuales.
Ustedes se preguntarán: ¿Cómo eran esos
controles? Muy sencillos... email, viber y whatsapp. Los dos segundos nunca los
usamos pues la diferencia horaria era complicada, sin embargo mi doctor siempre
estuvo listo para contestarme cualquier duda así estuviera de vacaciones con su
familia. Nos escribíamos con frecuencia, yo le preguntaba todo lo que se me
ocurría y el me mandaba las ordenes de ecografías y exámenes de laboratorio que
tenía que hacerme cada mes. También me mandó a comprar un tensiómetro (que
nunca usé y que me pesaba mucho en la maleta) y me bajé el app del peso en mi
teléfono, porque ni loca me iba a volver como una vaca!
La primera ecografía me la hice al otro día
que me di cuenta que estaba embarazada, en Nairobi, y el doctor no entendía por
que me tenía que hacer eso si era tan temprano. Allá con un examen de sangre
que comprobara que la mujer estaba embarazada, era suficiente en ese momento…
pero yo con esas ganas que tenía de ver a mi frijol salí pitada al hospital. Obvio
solo se veía una bolsa… pero para mí ¡era mi bebé, la bolsa más hermosa que había visto en mi
vida!
Después como a las 6 semanas me tocó hacerme
otra. Me la hizo un doctor portugués en Maputo quien nunca me quiso dejar ver su
pantalla de la Edad de Piedra porque “Yo llevaba el bebé todo el tiempo y el
papá no”. Ahí lo midieron y rapidito acabaron mi consulta pero cuando le mandé
la información a mi doctor en Cali me preguntó: “Julianita, le mostraron el
corazón?” ¡Ups! -Le contesté- a mi no me
lo mostraron y mi esposo tampoco lo vio. “Tranquila, si no latiera su bebé no
estaría creciendo… pero aproveche que va para Estados Unidos y repítala”… claro,
como si allá fuera tan facilito pedir una cita para la otra semana…
El caso es que después de varios intentos mi
cuñada que vive allá me consiguió la cita para mi famosa ecografía en un lugar
de caridad. A esas alturas yo me metía donde fuera con tal de oírle el corazón
a mi hijo.
Por fin llegó el día de mi cita. Mi esposo
salió temprano del trabajo y nos fuimos para allá. La recepcionista
inmediatamente me
preguntó: “¿Piensa tener su hijo?” a lo que yo contesté fuerte y claro: “¡Por
supuesto!”. Quien pensaría que esa respuesta armaría semejante lío, el lugar de caridad terminó siendo una
clínica donde persuaden a las mujeres embarazadas que consideran abortar para
que no lo hagan, y esta señora empezó a llorar y a echarme en cara que yo le
estaba quitando el puesto a alguien que realmente lo necesitaba… yo lo único que quería era saber que mi hij@
estaba bien. Finalmente después de aclarar que yo iba a dar propina
y de una encuesta muy espiritual donde me preguntaron si creía en Dios, si me consideraba buena persona y si iba a
abortar, me hicieron mi añorada ecografía. Ahí todo lo anterior pasó a un
n-esímo plano, pues vi en pantalla gigante y en 3D una siluetica que se movía y
un corazón que latía como el de un caballo galopando.
Me perdí de varias ecografías como la del Tamizaje (donde se identifican enfermedades como el Síndrome de Down), pero no me iba a quedar sin averiguar el sexo. Estaba
en la semana 17 y estábamos en Milán.
Quién dijo ver el fresco de la Última Cena o aprovechar el Milán Fashion Week… llegamos un domingo que no hicimos nada y el lunes siguiente no salí del hotel hasta no tener esa cita. El tiempo era muy justo y no podía dejar pasar esa oportunidad.
Gracias a la tecnología, a mi ímpetu por
conseguirla y a una amiga que tenía compañeros de trabajo milaneses
conseguí el nombre del hospital (el único que daba citas particulares) y armé
la frase: Buon giorno, io voglio fare una
appuntazione per un ultrasuoni. Menos mal nadie me estaba viendo porque yo
me inventaba palabras y me colgaban. Ya me estaba nervando pero después de
tanto insistir y con el traductor en mano, la conseguí.
Las horas se pasaban a pico pala. Tomé
cappuchino, té, vi vitrinas hasta que por fin llegó la hora de ir al hospital… donde
no había nadie a quien preguntarle y con quien yo pudiera hacer uso de mi
italiano, que a esas alturas ya era fluido. Por fin llegamos a una sala de espera con
muchas mujeres panzonas y supe que ese era el lugar que buscaba. Ahí, después
de una hora muy larga de espera en la que todas las mujeres que llegaron antes
y después fueron atendidas, entramos donde el dottore Gianpiero Polverino quien me examinó y en un italiano que
sonaba como música para nuestros oídos nos dijo: E un Bimbo! Lloramos, nos
abrazamos y desde ahí supimos que ese bebecito que estaba adentro y que
odiaba cuando la mamá se hacía la cera, era Martín.
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