Siempre crecí con
la idea de que iba a quedar embarazada con solo ver un par de calzoncillos. Por
lo menos eso era lo que escuchaba decir a mi mamá de si misma. “Ahh! es que yo
solo con ver los calzoncillos ya quedaba en embarazo… Así que mijita, cuídate,
no vaya a ser que te des una sorpresa” … Y esa idea de fertilidad absoluta se
plantó para siempre en mi inconsciente haciéndome en efecto, una mujer fértil
que quedó embarazada en el primer intento. Por supuesto fue un intento
previamente planificado, después de hacer una balanza de pros y contras y una
gráfica económica de lo que implicaría tener un bebé. Digamos que lo que más me
costó fue tomar la decisión de quedar embarazada y no quedar embarazada en sí.
Por varios años, mi
esposo y yo nos las ingeniamos para no tener bebés, porque había viajar, había
que rumbear, había que emborracharse hasta perder el conocimiento y había que
crecer profesionalmente. Teníamos que hacer plata y comprarnos todo lo que
siempre quisimos. Y sí, lo logramos. Hicimos y
deshicimos y entonces llegó el
día en que quisimos algo más.
Cuando se empiezan
a pasar las tardes del domingo sin hacer nada, cuando uno llega del trabajo y
encuentra la casa vacía, cuando de repente empieza a notar la cantidad de niños
y mujeres embarazadas en la calle y hasta comienza a fijarse en la ropa divina que hay para bebé, es
porque sin duda algo se le está moviendo
en el interior del alma… Algo difícil de explicar. Llega entonces el inevitable
momento en el que uno se imagina cargando a su bebé, o se piensa con una enorme
panza y visualiza por momentos la felicidad que sentirán abuelos, tíos y amigos.
Entonces es claro que hay algo diferente en uno y que ha sido picado por un
algo: Un algo que no se encuentra en los
viajes más cosmopolitas, en las compras más lujosas ni en las conversaciones
más profundas. Algo que esta adentro, un instinto tan básico que seguro ha
estado guardado y está esperando salir. La verdad es que la decisión de
quedar embarazada fue compleja. Algo me decía que todavía quedaba muchas cosas
por hacer, pero en realidad lo único que me
faltaba por hacer era ser mamá.
Así que una vez
tomamos la decisión lo hicimos... Para no entrar en detalles, “Miré los
calzoncillos fijamente” y al siguiente mes llegó el retraso de la regla. Prueba
casera positiva y examen de sangre positivo con 5 semanas de embarazo… así
empezó lo que sería la aventura más extrema, exótica y divertida de mi vida.
Empecé a
llamar a todo el mundo y luego de divulgar la noticia, subir la respectiva foto
al Facebook y abrir un perfil en Babycenter.com. Sentí la insoportable
necesidad de hacer una lista de compras en Amazon. La lista titulada “Compras
del bebé” contenía todo aquello mínimo y súper importante que necesitaría el
bebé durante su primer año de vida. Desde la lámpara que usaría para la
decoración del cuarto, hasta el sacamocos eléctrico que nos ahorraría esfuerzos
en las noches de gripa. Empecé a investigar productos, analizar marcas y leer
reseñas de cuanto producto para bebe había en el mercado. De esta exhaustiva
investigación resultó un documento de Excel que contiene todo lo necesario para
el bebé con precios y marcas. Y éste se convirtió en el tesoro mejor preciado
de mi maternidad, un documento sagrado que posteriormente rotó por las manos de
mis amigas embarazadas y hasta compartí en un blog de mamás. La maternidad
empezó a ser para mí un arte, un
servicio de personal Shopping para mi misma que se iría perfeccionando con el
tiempo. Así, sin darme cuenta, empecé a hacer de mi embarazo la mejor
experiencia de mi vida… Con varios aprendizajes en el camino, quitando y poniendo
prioridades. Tres años y dos bebés después la vida me ha ido encaminando a ser
la mamá que soy hoy. Inocente y muy casual empecé lo que hoy es la labor más
importante de mi vida. Eso sí, siempre con estilo…
que suerte mommager
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