jueves, 22 de mayo de 2014

Fue una preclamsia llamada Milagro



Hipertensión arterial 150/90, proteína en la orina, retención de líquidos a nivel de todo el cuerpo, edemas en mis piernas, elevación excesiva de peso, y un corazón que se desgarraba de tristeza…. A esta reunión de síntomas los llamó mi ginecólogo SINDROME DE HELLP… una categorización de la preclamsia que se presenta en aproximadamente 1 de cada 1,000 embarazos, donde la mortalidad materna es de 1-24 %, y la perinatal hasta del 40 %. Fue un hecho, tocó la puerta de mi vida y entró sin pedir permiso. Me tomó por sorpresa de una manera silenciosa.

Su causa es desconocida así que como resulta obvio, en medio de mi confusión y aturdimiento pregunté una y mil veces: ¿Por qué? La respuesta del perito en ginecobstetricia fue un escueto “NO SE SABE”.

Con este detallado y minucioso parte medico que hoy les comparto, con el que no tengo intensiones de alarmar ni mucho menos sonar catastrófica, me levanté una mañana soleada en Miami, la capital del sol, con una vista increíble. La bahía de Hallandale me regalaba una hermosa entrada de mar, un cielo azul pintado con nubes platinadas y unos rayos de luz esplendorosos que casi casi me abrazaban …

Era mi semana 36 de embrazado, aproximadamente 252 días en los que no hacía más que planear y fantasear mientras un pequeño angelito llamado Antonella se anidaba dentro de mi dejando huella con cada uno de sus movimiento a los que puse por nombre “pataditas celestiales”. Ese mismo día, el que desde temprano me cobijaba con sus aires de esplendor, se empezó a tornar gris, un gris tan intenso que partió mi vida en dos.




Fui a un control rutinario en la mañana en el que solo esperaba buenas noticias, pero el ginecólogo me recomendó que guardara reposo en casa y que me chequeara la presión día y noche debido a sintomatología que no encontraba normal en mi. Recuerdo que en un papel de receta médica me escribió muy firme, que si en alguna de esas mediciones me pasaba de 120/80 lo llamara de inmediato.

Hacia las 8 de la noche sucedió exactamente lo que podría denominarse un llamado divino, empíreo…sentí esa vocecita interna y melodiosa que me aconsejaba tomarme la presión antes de irme acostar. Fue fácil reconocer que Dios estaba en todo esto, sin ninguna reacción dubitativa me fui a la droguería más cercana para minutos después enterarme de que mi tensión arterial no estaba en el cielo sino en la mismísima exosfera y de la exosfera pasé rápidamente a un quirófano cuando le comenté al doctor por teléfono mi condición de doliente.


Llegué a su consultorio con mi sequito de ángeles (papá, mamá, Gabriel, Rafael y Natanael), el doctor me tomó de manera ágil varias muestras de sangre y en un abrir y cerrar de ojos llegó con cientos de papeles en las manos aturdiéndome con su frase incomprensible: “Tienes Síndrome de Hellp, urgente, hay que desembarazarte”.

No tuve tiempo de modular, calcular, de sopesar, en cuestión de segundos ya estaba en la camilla con un anestesiólogo a mis espaldas clavándome una aguja que no solo traspasaba mi tronco sino mis sueños, mis planes, aquella secuencia lógica que había planeado cuando recibí por primera vez la noticia de que estaba en embarazo: Nos han enseñado desde pequeños que se nace, se crece, se reproduce y se muere; pues bien, mi secuencia en ese entonces era embarazo, contracciones, parto natural, lactancia y bebe feliz. Y sí, hubo bebe feliz gracias a Dios, una ratona inmaculada, perfecta que pesó 2250 gr y midió 44.5 cm, pero quien lo creyera, a mi me había quedado faltando ese estúpido centavo para el peso simplemente porque había perdido el tiempo midiendo mi vida con una plantilla cuadriculada.





Mi embarazo no fue perfecto: Tuve fractura distal de peroné al cuarto mes de embarazo, sufrí de gastritis crónica los primeros tres meses, luego la premlapsia, tuve lactancia interrumpida y todo esto desencadenó en una depresión post parto… pero eso no significaba ni un castigo, ni lo peor de los embarazos, simplemente tenía que pasar por todo esto porque necesitaba un bing bang en mi ser para ponerle punto final a ese elemento con el que suelo cronometrar todo.

Hoy les comparto mi testimonio con un solo propósito, que entiendan que la vida no es perfecta. Permitámonos ser edificaciones antisísmicas, esas que se mecen al ritmo de un temblor para no sufrir daños mayores. Somos mas que materia y forma. Hay que sentir para pensar y no pensar para sentir, estar aquí y ahora .. no alucinemos con el futuro ni nos enjaulemos con el pasado… Mi consejo es: planea, sueña, construye a futuro, pero no hagas de tu vida un caso de factorización, adiós sumas, restas, divisiones y multiplicaciones.

Escríbelo en tu corazón: ante los problemas y adversidades hay un para qué, nunca un por qué.










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